La ayahuasca, bebida ancestral empleada por numerosos pueblos amazónicos durante generaciones, ha trascendido fronteras y se ha convertido en un motor de turismo en Ecuador, Perú y Brasil. Más de cuatro millones de personas la han probado en todo el mundo, con más de 820.000 nuevos tomadores tan sólo en 2019. Lo que en sus comunidades de origen constituye un ritual profundamente integrado a lo espiritual, lo cultural y lo ecológico, hoy se comercializa en paquetes que pueden superar los 6.000 € por retiro en Ecuador.
Las atracciones turísticas pregonan viajes iniciáticos, caminatas por la selva, ceremonias guiadas por chamanes y paz interior. Pero este auge también ha demostrado una fragilidad inherente. En manos de turistas mal informados, este tipo de experiencias puede generar riesgos físicos y emocionales. ICEERS —una organización internacional que supervisa y estudia el consumo global de ayahuasca— señala que, aunque los medios han vinculado 58 muertes al preparado en todo el mundo, ninguna autopsia ha relacionado estas muertes a una intoxicación directa por la decocción tradicional. Aun así, la mayoría de los casos podrían haberse evitado mediante estándares mínimos de seguridad: reconocer contraindicaciones médicas, contar con supervisión durante la ceremonia o brindar acompañamiento tras la experiencia.
Más allá de los riesgos, hay un impacto ambiental y cultural menos evidente pero profundo. Comunidades como los shuar o achuar ofrecen una experiencia integral, que incluye limpias, cantos y narrativas míticas, cuidado ecológico y comprensión de la biodiversidad amazónica. No obstante, la atención se desplaza a operadores turísticos que no siempre reinvierten en las comunidades ni protegen la liana Banisteriopsis caapi. La sobreexplotación botánica amenaza el equilibrio forestal, y se despoja a las comunidades de su papel como guardianes del saber tradicional.
Las investigaciones que examinan este fenómeno —desde ICEERS hasta académicos como Mark Hay— plantean dilemas que trascienden el turismo: los beneficios en salud mental de la ayahuasca son incontestables para ciertas patologías, pero si su uso se desvincula del contexto de sabiduría comunitaria, pierde su dimensión política y espiritual.
Frente a esta tensión, las comunidades indígenas lideran alternativas más respetuosas. Los retiros en albergues ecológicos donde se respeta el ciclo de la planta, se realizan ceremonias completas y se reinyectan ingresos en proyectos locales representan un camino esperanzador para conciliar demanda y sostenibilidad. Allí no se trata de drenar la cultura ajena, sino de construir puentes de cooperación desde la reciprocidad y la autonomía de los pueblos originarios.
La dimensión ética del uso de plantas sagradas exige una pregunta profunda: ¿buscamos sanación auténtica o estamos engullendo la cultura que la sostiene? La respuesta exige responsabilidad cultural, ecológica y política. Sanar no representa un evento aislado, sino una práctica colectiva que reconoce y respeta las raíces de lo ancestral. Para que la ayahuasca se convierta en una herramienta de justicia y sanación global, debe dejar de representar una atracción turística y transformarse en un acto de cuidado hacia la selva y quienes la habitan.
Un canto a la memoria viva del bosque
Waska: the cost of spiritual healing in the Amazon no es simplemente un documental. Es un testimonio profundamente poético y político que entrelaza la memoria familiar, la espiritualidad indígena y la denuncia de una historia de violencia colonial que continúa disfrazada de turismo espiritual. Narrada desde la voz íntima de una nieta que recuerda a su abuelo —un yachak, sabio y guía espiritual—, la película supone también un homenaje a la sabiduría intergeneracional que ha sostenido el tejido del Gaussaka, el bosque viviente.
Con una narrativa que transita entre la evocación onírica y la denuncia cruda, Waska nos recuerda que la ayahuasca no constituye una sustancia ni una mercancía, sino una relación: con la tierra, con los ancestros, con el equilibrio.
Ayahuasca y extractivismo: la otra cara del «turismo espiritual»
En uno de los momentos más conmovedores del documental, la narradora relata cómo, durante su infancia, las compañías petroleras —respaldadas por el Estado y los militares ecuatorianos— irrumpieron en su comunidad. Cortaron árboles sagrados. Enterraron explosivos. Golpearon a los líderes. El impacto físico en la tierra abrió también una herida espiritual.
La ayahuasca, explica, es inseparable del territorio, la lengua y la memoria. Fragmentar uno es fragmentarlos a todos. Y sin embargo, cada año miles de extranjeros llegan a la Amazonía en busca de sanación, impulsados por reseñas en redes sociales, sin entender —y muchas veces sin importarles— las raíces culturales, cosmológicas y políticas de esta medicina.
Como expone The Guardian en su artículo del 17 de junio de 2025, el auge del turismo psicodélico en Ecuador está acelerando la comercialización de plantas sagradas y saberes ancestrales, desplazando a los pueblos originarios de sus roles como guardianes. A menudo, son personas sin vínculos reales con las comunidades quienes ofrecen ceremonias, lucrándose con lo que otros han protegido con su vida.
La resistencia como medicina
Sin embargo, Waska no supone sólo un grito de alerta. Es, sobre todo, una afirmación del poder de la resistencia indígena. La protagonista comparte con orgullo cómo su comunidad logró expulsar a la petrolera, llevó al Estado ecuatoriano ante un tribunal internacional y obtuvo una victoria histórica: la protección legal de 140.000 hectáreas de territorio ancestral.
Esa victoria no fue sólo legal, sino espiritual. Fue el cumplimiento de la visión que su abuelo tuvo de niño al beber ayahuasca. Fue también la reescritura de una historia que, como recuerda la narradora, ha sido contada casi siempre por extranjeros que no conocen la selva, pero sí la codician.
¿Qué significa realmente sanar?
Waska plantea una pregunta incómoda pero urgente: ¿puede alguien realmente sanar a través de una medicina si su consumo implica la destrucción del mundo del que proviene? ¿Qué tipo de sanación es posible cuando se ignora o trivializa el dolor histórico de los pueblos que la sostienen? Reclamar el derecho a contar su propia historia forma parte de ese proceso. Tal como asegura la narradora, «nuestra existencia depende del derecho a la tierra y la autonomía. Del derecho a reclamar nuestra historia, incluida la historia de la ayahuasca».
En tiempos donde los psicodélicos se presentan en los medios como una solución rápida para los males del alma urbana, Waska nos recuerda que toda sanación verdadera exige responsabilidad, contexto y reciprocidad. Que la ayahuasca no constituye una moda, ni una experiencia para el ego espiritual, sino parte de un entramado vivo de relaciones.
El mensaje final es claro: si el mundo quiere sanar, debe empezar por sanar su relación con los pueblos indígenas, con la tierra y con sus propias historias rotas. Este conflicto entre deseo individual y bienestar colectivo sitúa el turismo de la ayahuasca en la encrucijada entre sanación y apropiación. En Fuertedélica creemos que sólo a través del respeto a los pueblos que guardan este conocimiento, y del respaldo a modelos liderados por ellos, es posible que esta medicina se mantenga viva, auténtica y verdaderamente justa.
Si te interesan estos debates sobre el uso responsable de plantas sagradas, la justicia cultural y las formas éticas de búsqueda espiritual, no te pierdas Fuertedélica 2025. Será un espacio para compartir saberes, cuestionar narrativas y construir puentes entre mundos. Compra ya tu entrada y forma parte de esta experiencia transformadora.