Durante el viaje: Presencia, entrega y navegación consciente

Guía contemporánea para el viaje psicodélico (IV)

Fases del viaje psicodélico según la sustancia

Cada sustancia psicodélica o enteógena tiene un perfil temporal distinto, con fases características de inicio, pico y descenso. A continuación se describen las fases típicas de la experiencia para las sustancias más comunes:

Psilocibina (hongos mágicos)

La psilocibina, presente en los hongos psilocibios, produce un viaje de duración moderada. Tras la ingestión, los efectos aparecen entre 15 minutos y 1 hora, dependiendo de la dosis, el metabolismo y si el estómago está lleno. La subida inicial puede incluir náuseas leves o bostezos. El pico se alcanza aproximadamente a la hora de consumo y puede extenderse por varias horas. En total, la experiencia suele durar entre 4 y 6 horas, seguida de unas ~2 horas de transición hasta volver al estado inicial. Durante el pico, son comunes intensas alteraciones sensoriales: vívidas distorsiones visuales, posibles alucinaciones con ojos cerrados, colores vibrantes, sinestesias (mezcla de sentidos) y una marcada alteración de la percepción del tiempo. Emocionalmente, la psilocibina genera gran labilidad afectiva: la persona puede oscilar de la euforia al llanto fácilmente. Es frecuente un sentimiento de conexión con el entorno natural y profunda introspección, a menudo con ensueños o visiones de carácter significativo. En algunos casos aparecen sensaciones místicas o existenciales – por ejemplo, sentir que se “comprende” la esencia de la vida – acompañadas de percepción de unidad con el universo. Hacia el final del viaje (fase de bajada), los efectos disminuyen gradualmente y puede presentarse cansancio o necesidad de reposo.

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LSD (dietilamida de ácido lisérgico)

El LSD es un psicodélico potente de efecto prolongado. Tras ingerir una dosis (habitualmente en papel secante), el inicio o “subida” comienza a los ~20-30 minutos y se extiende por 1 a 2 horas. Luego se entra en la fase principal o “viaje” propiamente dicho, que alcanza su máxima intensidad alrededor de 1-2 horas después de la toma y puede prolongarse durante 3 a 6 horas. En total, la experiencia completa con LSD suele durar entre 6 y 11 horas, y finalmente llega la fase de regreso o descenso, alrededor de las 8-12 horas post-ingesta, en la cual los efectos se atenúan progresivamente. A nivel perceptual, el LSD produce intensas distorsiones sensoriales: objetos que ondulan o “respiran”, patrones geométricos con ojos cerrados, sinestesia (por ejemplo, “ver” sonidos) y fuertes alteraciones en la percepción temporal (segundos que parecen minutos, bucles de tiempo). Emocionalmente, potencia la susceptibilidad emocional – los sentimientos pueden volverse extremos y cambiantes. Muchas personas experimentan euforia y asombro, aunque otros pueden sentir ansiedad o paranoia dependiendo del contexto. El LSD también acelera el flujo de pensamientos y puede provocar insights creativos o, por el contrario, cierta confusión al romper esquemas habituales de pensamiento. Es notable su capacidad de inducir experiencias de tipo trascendental: sensaciones de unidad con otras personas y el entorno, impresión de acceder a una “verdad” profunda sobre la existencia, e incluso disolución del ego a dosis altas. De hecho, estudios clínicos señalan que una dosis elevada de LSD (p. ej. 200 µg) suele provocar puntuaciones significativamente mayores de disolución del ego (pérdida de la sensación de identidad individual) que dosis más bajas. Durante la bajada del LSD es común sentir agotamiento físico y mental debido a la prolongada estimulación sensorial. La tolerancia al LSD, cabe mencionar, se desarrolla rápidamente con usos frecuentes, atenuando los efectos si se consume varios días seguidos.

DMT (N,N-dimetiltriptamina)

La DMT es conocida por ser quizá la sustancia psicodélica de acción más rápida e intensa. Cuando se fuma o vaporiza, sus efectos comienzan en cuestión de segundos y se desencadena un viaje brevísimo y extraordinariamente potente. La fase de subida es casi instantánea, alcanzando un intenso clímax en apenas 1-2 minutos. El pico o meseta de la experiencia dura sólo entre 5 y 10 minutos, durante los cuales la conciencia de la persona puede “despegar” completamente de la realidad ordinaria. En esta fase, muchos usuarios reportan visiones extremadamente vívidas de carácter geométrico o fractal, secuencias caleidoscópicas de colores y patrones indescriptibles. Es frecuente la sensación de ser transportado a “otro reino” mental. De hecho, bajo DMT fumada, es común la impresión de encontrarse con entidades o seres independientes, descritos a veces como guías, alienígenas o figuras místicas. Estas visiones con ojos cerrados suelen percibirse como intensamente reales y, para algunos, cargadas de significado espiritual. La bajada de la DMT fumada ocurre tan rápido como llegó: tras unos 15-20 minutos desde el inicio, la mayor parte de los efectos se disipa, y en 30 minutos la persona suele estar de regreso a su estado base. En total, la experiencia completa fumada dura típicamente 5 a 30 minutos. A nivel físico, la DMT puede provocar un inicio algo brusco con sensaciones somáticas como vibraciones, aumento del pulso y, a veces, náuseas o mareos iniciales. Por vía oral la DMT solo es activa si se combina con inhibidores de la MAO (como en la ayahuasca); en ese caso su perfil cambia (ver apartado de ayahuasca). Cabe destacar que, aunque la experiencia DMT es muy breve, la intensidad puede ser abrumadora: la persona puede perder completamente el contacto con la realidad externa durante unos minutos. Esto hace que fumar DMT conlleve poco riesgo de sobredosis física, pues tras inhalar cierta cantidad la persona deja de poder consumir más, quedando inmersa en la experiencia. Sin embargo, la potencia de las visiones puede generar confusión o ansiedad momentánea – es crucial mantener la calma, recordando que la cumbre pasa pronto.

Methamphetamin Drug on Spoon

MDMA (éxtasis)

La MDMA (3,4-metilendioximetanfetamina), aunque no es un alucinógeno clásico, se suele incluir en contextos psicodélicos por sus efectos entactógenos (generadores de empatía) y su uso en terapias asistidas. La MDMA induce un estado emocional expansivo y mayormente positivo. Tras consumirla oralmente (forma habitual), la subida se inicia a los 20-70 minutos. Muchos describen un “rush” o subidón repentino alrededor de la primera media hora, cuando los efectos comienzan de forma relativamente brusca. La fase de meseta dura aproximadamente 2 a 3 horas, durante las cuales la persona experimenta los efectos máximos. En total, los efectos duran unas 4 a 6 horas con una sola dosis estándar. Si se añade una dosis extra (“repiqueteo”), la experiencia se puede prolongar un par de horas más, aunque generalmente sin aumentar la intensidad, solo alargando la duración. Los efectos de la MDMA se caracterizan por una marcada amplificación emocional: intensificación de todas las sensaciones y sentimientos. Predomina un profundo sentimiento de bienestar, cercanía y empatía hacia uno mismo y los demás. Es típico sentir conexión interpersonal, confianza y apertura: la MDMA facilita que las personas hablen de temas sensibles sin ansiedad y expresa afecto con facilidad. También son comunes la euforia, la desinhibición y una calidez emocional que invita al cariño físico (muchos experimentan deseos de abrazar o sostener a otros). Sensorialmente, la MDMA aumenta la apreciación de la música y puede alterar levemente las percepciones (luces más brillantes, tacto más intenso), aunque no suele producir alucinaciones en dosis típicas. Físicamente, puede provocar algunos efectos estimulantes: dilatación de pupilas, aumento de la frecuencia cardiaca y tensión mandibular (rechinar o apretar los dientes). A medida que la experiencia avanza, tras el pico puede notarse agotamiento o bajón de energía durante la bajada, y es frecuente una sensación de “resaca emocional” uno o dos días después (bajo estado de ánimo o fatiga), debido a la depleción temporal de neurotransmisores. No obstante, en entornos controlados y con dosificación adecuada, la MDMA brinda una experiencia principalmente emocional y empática, distinta de las visiones clásicas de LSD o DMT, pero muy útil para psicoterapia por la reducción del miedo y la ansiedad que logra (permite enfrentar recuerdos difíciles con mayor calma). En resumen, la MDMA tiene un comienzo relativamente rápido, un pico de 2-3 horas de intenso envolvimiento emocional positivo, seguido de una bajada suave en las horas posteriores.

Ayahuasca

La ayahuasca es una decocción enteógena tradicional de la Amazonía que combina plantas que contienen DMT (como la Psychotria viridis) con plantas que aportan alcaloides IMAO (inhibidores de la monoamino oxidasa, como la liana Banisteriopsis caapi). A diferencia de la DMT pura fumada, la ayahuasca se ingiere oralmente en un ritual, lo que produce un viaje más prolongado y de inicio más lento. Tras beber el brebaje, los primeros efectos suelen aparecer entre 20 y 60 minutos después. La subida puede acompañarse de náuseas y vómitos – la famosa purga – así como diarrea o sudoración, ya que la ayahuasca suele provocar una limpieza física considerada parte del proceso. Aproximadamente a la hora de la ingesta se alcanza el pico de efectos, que puede durar 2 a 4 horas, dependiendo de la dosis y de cuántas veces se sirva la medicina durante la ceremonia (a veces se toman dosificaciones adicionales en la misma noche). En total, la experiencia de ayahuasca suele extenderse por 4 a 6 horas en promedio. Durante el pico, la persona entra en un estado de profunda alteración de la conciencia: se presentan visiones intensas con ojos cerrados, a menudo de contenido simbólico o espiritual (paisajes amazónicos, entidades tutelares, animales guía, patrones geométricos sagrados, etc.). Con ojos abiertos también puede haber distorsiones visuales, pero muchos participantes mantienen los ojos cerrados escuchando la música de la ceremonia. La música – los icaros del guía o chamán – juega un papel central modulando la experiencia (ver más sobre música en sección siguiente). Emocionalmente, la ayahuasca suele inducir confrontación con contenido interno profundo: recuerdos de la infancia, traumas, miedos y también revelaciones sobre la propia vida. Pueden surgir llanto, risa, terror y éxtasis en diferentes momentos del viaje. No es raro que se experimenten sensaciones de muerte y renacimiento simbólico; de hecho, más de la mitad de participantes en ceremonias reportan vivencias de “muerte del ego” durante el punto álgido de la experiencia. Estas experiencias, aunque desafiantes, a menudo se consideran transformadoras, asociándose con una reducción del miedo a la muerte y un sentido renovado de propósito en la vida. Muchos describen también sentimientos de unidad: sentirse en comunión con la naturaleza, la humanidad o lo divino durante el trance ayahuasquero. Hacia el final de la sesión, la persona va recuperando gradualmente la orientación normal; suele sentirse agotada físicamente pero emocionalmente aliviada o reflexiva. La fase de bajada incluye un periodo de reflexión tranquilo – en la tradición, a veces se comparte al amanecer con los demás participantes las visiones tenidas. En suma, la ayahuasca ofrece un viaje largo, intenso y catártico, con fuerte carga introspectiva y espiritual, por lo que se realiza en contextos seguros y guiados para contener la experiencia.

Nota: Las fases y duraciones arriba indicadas pueden variar según el individuo, la dosis y la forma de consumo. Siempre habrá variabilidad en cada viaje; no obstante, conocer estos rangos típicos ayuda a prepararse para la experiencia. Es crucial recordar que todas estas sustancias producen efectos impredecibles que dependen en gran medida de la persona y su contexto. Aspectos como el estado mental previo, el entorno donde se toma la sustancia y la actitud (intención y expectativas) influyen profundamente en cómo se desarrolla cada fase, tal como exploraremos a continuación.

MDMA PTSD TEPT

Papel del entorno físico y la música en el desarrollo del viaje

El entorno en el que tiene lugar un viaje psicodélico – conocido como el “setting” – es un factor determinante en la calidad y dirección de la experiencia. Un entorno físico seguro, cómodo y estéticamente agradable proporciona sensaciones de tranquilidad y confianza que permiten al psiconauta “dejarse llevar” con menos resistencia. Por el contrario, un ambiente caótico, hostil o sobrecargado de estímulos puede generar ansiedad y favorecer un mal viaje. Por eso, se recomienda preparar con esmero el espacio: conviene que sea acogedor, privado y libre de peligros, con una temperatura agradable, iluminación suave (a veces velas o luz cálida) y opciones para recostarse o moverse según se necesite. Contar con objetos reconfortantes (mantas, cojines, peluches) también ayuda a crear una atmósfera de cuidado. Idealmente, el setting debe incluir presencia de personas de confianza y ausencia de interrupciones externas (ruidos estridentes, visitas inesperadas, dispositivos electrónicos, etc.), para que la persona se sienta protegida en todo momento y pueda profundizar en su viaje sin sobresaltos externos.

Entre los componentes del entorno, la música merece mención especial. La música adecuadamente seleccionada puede guiar emocionalmente la experiencia psicodélica de manera notable. En contextos tradicionales, las culturas enteogénicas siempre han incorporado música o cantos sagrados: por ejemplo, los ícaros durante las ceremonias de ayahuasca, los cantos Mazatecos en rituales de hongos psilocibes, o los tambores y cantos en ceremonias de peyote. Esto no es casualidad: la música actúa como un hilo conductor que orienta las visiones y sentimientos. En los entornos clínicos modernos se ha redescubierto esta importancia, diseñando playlists terapéuticas específicas para acompañar cada fase del viaje. Por ejemplo, suele comenzarse con música calmada y de carácter confiable durante la subida, piezas emotivas e inspiradoras en el pico para facilitar la catarsis, y melodías serenas durante la bajada para favorecer la integración emocional.

La influencia de la música en la mente bajo psicodélicos es profunda: estudios indican que los psicodélicos aumentan la respuesta cerebral a la música, generando mayor conexión entre áreas auditivas y emocionales del cerebro. Los pacientes suelen describir que la música intensifica sus emociones e imágenes mentales, llegando incluso a “tomar el control” de la experiencia y llevarles a determinados estados. En un entorno terapéutico, la música bien escogida puede brindar calma y seguridad al participante, así como catalizar la liberación emocional necesaria. De hecho, se le ha llegado a denominar el “terapeuta oculto” en sesiones psicodélicas por la gran influencia que ejerce sobre el curso del viaje. Por otro lado, bajo los efectos de sustancias como psilocibina o LSD, la apreciación musical se ve enormemente realzada: se reporta que la música suena más profunda y significativa, e incluso piezas familiares pueden evocar revelaciones nuevas. Esta sinergia es bidireccional: los psicodélicos aumentan la sensibilidad a la música, y la música potencia la experiencia psicodélica, pudiendo conducir a mayores incidencias de experiencias místicas cuando se integra adecuadamente.

En conclusión, “Set y Setting” son pilares para un viaje positivo: set (mente) y setting (entorno). Un entorno físico confortable, seguro y estéticamente armónico, combinado con música cuidadosamente seleccionada, sienta las bases para que la experiencia se desarrolle de forma óptima y sanadora. Preparar el lugar – por ejemplo, una habitación con colchonetas o sofás, naturaleza tranquila, o un espacio ceremonial bien diseñado – es una inversión crucial para minimizar riesgos y maximizar beneficios. Un buen entorno actúa como “contenedor” de la experiencia, permitiendo que incluso los momentos difíciles se sobrelleven mejor al sentirse la persona arropada por el contexto.

Influencia del estado psicológico previo, la personalidad y las expectativas

El estado mental previo del individuo – su ánimo, sus preocupaciones, miedos o intenciones al momento de tomar la sustancia – tiene un impacto enorme en cómo se vivirá el viaje. Los psicodélicos han sido denominados “amplificadores inespecíficos” de la mente, un término acuñado por el psiquiatra Stanislav Grof para indicar que estas sustancias acentúan o amplifican el contenido preexistente en la psique. En otras palabras, más que introducir “falsas” emociones o ideas, tienden a magnificar lo que la persona ya lleva dentro. Por ello, alguien que inicia un viaje con ansiedad, temor o un estado anímico negativo corre mayor riesgo de experimentar visiones angustiantes o paranoias, mientras que quien comienza con confianza y serenidad tiene más probabilidades de tener un viaje placentero o revelador. Estudios históricos demostraron, por ejemplo, que durante la campaña de mensajes negativos sobre el LSD en los años 60 (advertencias de que “friía el cerebro”, etc.), aumentó significativamente la tasa de “malos viajes” reportados, atribuible a que las expectativas y temores sembrados por esa narrativa predisponían a experiencias desagradables. Igualmente, en contextos controlados modernos se observa que la cultura y las creencias influyen: participantes de estudios en Estados Unidos tienden a reportar más experiencias místicas, mientras que en estudios europeos (p. ej. Imperial College de Londres) enfatizan más la disolución del ego, probablemente reflejando diferencias sutiles en expectativas e interpretación promovidas por cada equipo de investigación.

La personalidad de base también juega un rol. Características individuales estables – por ejemplo, el rasgo de neuroticismo (tendencia a experimentar emociones negativas) – se han correlacionado con mayor probabilidad de tener experiencias desafiantes bajo psicodélicos. Una encuesta a gran escala encontró que personas con puntuaciones altas en neuroticismo reportaban con mayor frecuencia “viajes difíciles” o momentos de miedo intenso con psilocibina. Por otro lado, el rasgo de apertura a la experiencia suele asociarse a resultados más positivos y a una mayor incidencia de experiencias místicas o creativas. De hecho, hay evidencia de que una sola sesión con psilocibina, si conlleva un estado místico intenso, puede producir incrementos duraderos en la apertura de la personalidad. Esto sugiere que la relación personalidad-psicodélico es dinámica: nuestra disposición inicial afecta la experiencia, pero la experiencia a su vez puede modificar ciertos rasgos o actitudes.

Las expectativas (lo que la persona cree que va a ocurrir o desea obtener del viaje) igualmente moldean el desarrollo. Este fenómeno de expectativa-actitud es similar al efecto placebo/nocebo: creer que “va a ser genial y sanador” predispone positivamente, mientras que tener miedo a “perder el control o volverse loco” puede manifestarse en ansiedad real durante el trance. En psicoterapia psicodélica se destaca la importancia de establecer una intención clara – por ejemplo, “enfrentar mi miedo a la muerte” o “entender mi tristeza” – ya que esto sirve de brújula interna durante la sesión. Sin embargo, también se aconseja evitar expectativas rígidas o excesivamente específicas, porque los psicodélicos suelen sorprender y “dar la experiencia que uno necesita, no necesariamente la que uno quería”. Mantener una actitud abierta a cualquier resultado, con curiosidad y aceptación, es la mejor preparación mental.

En cuanto al estado emocional inmediato, conviene que antes de la sesión la persona esté lo más tranquila y centrada posible. Si alguien atraviesa una crisis personal severa (p. ej. duelo reciente, estrés extremo) podría ser más prudente posponer la experiencia, ya que esos sentimientos podrían amplificarse durante el viaje hasta volverse abrumadores. Por otro lado, muchas sesiones terapéuticas se enfocan precisamente en lidiar con emociones reprimidas – en esos casos se trabaja cuidadosamente la preparación psicológica para que, aunque emerjan contenidos duros, la persona tenga las herramientas para afrontarlos sin pánico. En general, la recomendación es no consumir psicodélicos en “un mal día” o con la mente muy agitada, sino esperar a estar en un estado más estable y con una motivación positiva.

Otro factor relevante es el marco cultural o espiritual del participante. Si alguien tiene creencias espirituales fuertes (por ejemplo, religiosas, esotéricas), es posible que interprete su experiencia a través de ese lente. De igual modo, sugestiones sutiles del entorno pueden influir: detalles como que la sala de sesión tenga estatuas de Buda o iconografía chamánica pueden predisponer a que la persona interprete su viaje en claves místicas. Esto no significa que las visiones “las cause la sala”, pero sí que el set mental puede orientarse hacia ciertas temáticas. Los guías profesionales tratan, en lo posible, de no implantar interpretaciones preconcebidas, permitiendo que sea el paciente quien encuentre su propio significado – pero inevitablemente ninguna experiencia ocurre en el vacío, siempre interactúa con la cosmovisión del individuo.

Resumiendo, el estado psicológico previo, la personalidad y las expectativas constituyen el “otro 50%” de la ecuación (siendo el 50% restante la sustancia en sí). Un adagio clásico en la comunidad psicodélica es “no existen buenos o malos viajes, sino buenos o malos preparados”. La ciencia respalda que las experiencias místicas durante las sesiones correlacionan con mejores resultados terapéuticos en varios estudios (dejar adicciones, aliviar depresión o ansiedad). Y esas experiencias de clímax místico suelen emerger más fácilmente cuando la mente está dispuesta y confiada. Por eso se pone tanto énfasis en la preparación psicológica: prácticas de relajación, meditación previa, terapia hablada antes de la sesión, definir intención, aclarar miedos, etc. Todo ello para entrar en el viaje con la actitud más receptiva y estable posible. Un individuo sereno, con expectativas positivas pero flexibles, probablemente navegará incluso por pasajes emocionantes o difíciles con mayor ecuanimidad, sacando aprendizajes valiosos de la experiencia.

Acompañamiento emocional: el rol del guía durante el viaje

La figura del guía o “cuidador de viaje” (trip sitter) es fundamental para brindar acompañamiento emocional seguro a quien está bajo los efectos de un enteógeno. Su presencia ofrece un punto de apoyo en la realidad y un sitio de confianza al cual el psiconauta puede anclarse en momentos de necesidad. Un buen acompañante cumple múltiples funciones antes, durante y después de la sesión psicodélica:

  • Informar y preparar: Antes del viaje, el guía explica qué se puede esperar, aclara dudas y ayuda a establecer una intención. Esta preparación reduce temores y genera rapport. También verifica que el espacio y materiales estén listos (agua, música, cubos para vómito si hace falta, etc.).
  • Presencia sin intrusión: Durante el viaje, el guía mantiene una actitud vigilante y cálida, pero no invasiva. Su misión principal es “sostener el espacio” para que la persona se sienta cómoda en todo momento. Debe procurar no hacer intervenciones innecesarias ni dirigir la experiencia; no interrumpe las visiones o procesos internos del psiconauta, a menos que sea para su bienestar. Esto implica también minimizar distracciones externas: el guía se asegura de que el entorno permanezca controlado, evitando ruidos o interrupciones que puedan inquietar.
  • Seguridad física: El acompañante vigila que la persona esté siempre en un entorno seguro donde nada represente un peligro. Por ejemplo, si la persona quiere levantarse a caminar, el guía estará pendiente de que no se tropiece con objetos. Si se realiza al aire libre, cuidará que el viajero no se acerque a zonas riesgosas (precipicios, carreteras, fuego, etc.). En ningún caso el guía consume la sustancia; debe estar sobrio para velar por la seguridad.
  • Apoyo emocional y anclaje: Una de las tareas más importantes es transmitir tranquilidad y confianza. El guía puede utilizar afirmaciones positivas y recordatorios simples de realidad – por ejemplo, frases suaves como “estás bien, estoy aquí contigo” – para reconfortar al viajero si este muestra ansiedad. A veces basta el contacto visual amable o ofrecer la mano (con permiso) para que la persona se sienta acompañada. El guía ayuda a que la persona no se sienta sola con lo que está viviendo, sino contenida. También puede ayudar a distinguir qué es real de lo que no en momentos de confusión, por ejemplo diciendo: “Recuerda que tomaste una sustancia, esto pasará, estás en tal lugar y estás a salvo”. Estas afirmaciones actúan como anclajes a la realidad presente.
  • Guía interna sin dirigir: Una vez la sustancia hace efecto, el cuidador invita a la persona a explorar sus sensaciones sin resistirse, animándola a dejarse llevar por la experiencia. Si aparecen emociones turbadoras, el guía puede sugerir: “Está bien, respira y ve hacia eso que sientes, estoy contigo”. La idea es acompañar el proceso interno a medida que surge, sin intentar apresurarlo ni cambiarlo. El cuidador sigue la energía del viajero: si necesita silencio, guarda silencio; si la persona empieza a hablar, escucha atentamente sin juzgar; si llora, ofrece un pañuelo y presencia reconfortante.
  • Intervención en crisis: En caso de una situación de crisis (por ejemplo, un ataque de pánico intenso, comportamientos auto-lesivos o pérdida total de control), el guía está capacitado para actuar con firmeza pero manteniendo la calma. Primero, evalúa la situación: muchas veces basta con técnicas de grounding (ver sección siguiente) para contener la ansiedad. Si la persona entrara en estado psicótico o hubiera riesgo físico, el cuidador no duda en buscar ayuda externa (servicios médicos o apoyo de otros profesionales). La prioridad absoluta es la seguridad del viajero y de quienes le rodean. En entornos clínicos, suele haber protocolos definidos para administrar ansiolíticos o medidas de contención física si es imprescindible, pero en la mayoría de los casos no llega a ser necesario. Un acompañante experimentado sabe reconocer las señales de alarma – por ejemplo, agitación incontrolable, intento de huida, ideas suicidas verbalizadas – y en esas circunstancias procede a solicitar asistencia médica de emergencia sin demora. Afortunadamente, tales escenarios graves son muy raros en contextos preparados.
  • Cierre e integración: Tras la sesión, el guía ayuda al participante a reintegrarse. Esto implica ofrecerle agua o algo ligero de comer, conversar cuando la persona lo desee, y sobre todo escuchar activamente cualquier relato o reflexión que quiera compartir. No se suele forzar a hablar inmediatamente, pero sí se brinda el espacio para procesar. En terapias formales, el acompañante (que suele ser también terapeuta) programa sesiones de integración posteriores para analizar las visiones y emociones surgidas. Este acompañamiento en el post-viaje consolida las ganancias y brinda apoyo si hubiera confusión residual. Un buen cuidador entiende que su labor continúa después de finalizados los efectos agudos.

En ámbitos profesionales, el rol del “facilitador psicodélico” se está formalizando cada vez más. Instituciones como Johns Hopkins o Imperial College entrenan a terapeutas para ser guías en sesiones de psilocibina, MDMA, etc. Se busca que desarrollen competencias clínicas y humanas: presencia compasiva, manejo de crisis, y conocimiento farmacológico. Sin embargo, esta figura no es nueva: en contextos indígenas siempre ha existido el chamán o facilitador que administra la planta sagrada y cuida de los participantes, o en el uso recreativo seguro suele haber alguien sobrio haciendo de “ángel guardián” del grupo. La diferencia es que ahora, integrándose a entornos médicos, se les dota de formación psicológica y protocolos de actuación claros.

En síntesis, el acompañamiento emocional ideal combina discreción y disponibilidad: el guía crea un espacio protegido donde el viajero sabe que puede apoyarse cuando lo necesite, pero no se siente cohibido por una vigilancia excesiva. Esta presencia cuidadosa pero no intrusiva permite al psiconauta profundizar en su viaje con confianza. Muchos participantes señalan que la mera presencia de un cuidador atento, que les tiende una mano o les dice “estoy aquí, todo va bien”, marca la diferencia entre un momento de angustia y la posibilidad de rendirse a la experiencia para superar ese umbral difícil. Así, el guía actúa como un ancla en la realidad, un farero que vela desde la orilla mientras el viajero explora el océano de su psique.

Manejo de experiencias difíciles (“challenging trips”)

Incluso con buena preparación y un entorno favorable, es posible atravesar momentos difíciles durante un viaje psicodélico. Estos “viajes desafiantes” (popularmente llamados malos viajes cuando se viven negativamente) pueden implicar emociones intensas de miedo, paranoia, tristeza profunda o sensación de pérdida de control. Lejos de ser una rareza, forman parte del espectro de experiencias posibles – pero no tienen por qué convertirse en traumáticos si se manejan adecuadamente. De hecho, el enfoque contemporáneo promueve ver estas crisis como oportunidades de aprendizaje y sanación en lugar de etiquetarlas automáticamente como fracasos. A continuación, se presentan estrategias y técnicas comunes para afrontar y reconducir estas situaciones desafiantes:

  • Respiración consciente: Recordar al viajero que respire puede parecer simple, pero es una de las intervenciones más efectivas. Cuando la persona entra en pánico o en un bucle abrumador, suele hiperventilar o contener la respiración sin darse cuenta, lo que agrava la ansiedad. Guiarla a tomar respiraciones lentas y profundas – por ejemplo inspirar en 4 tiempos, exhalar en 6 – ayuda a activar el sistema parasimpático y reduce la respuesta de “huida o lucha”. El cuidador a veces respira junto con la persona, modelando un ritmo calmado, o coloca suavemente su mano sobre el abdomen del participante (con consentimiento) para que este lleve ahí la atención y respire más con el diafragma. Concentrarse en la respiración también sirve de ancla al presente, desviando la mente de imágenes aterradoras. Frases como “inhala… exhala… eso es, muy bien” pueden dar un foco sencillo y tranquilizador. En muchos casos, tras varios minutos de respiración guiada, la persona empieza a relajarse y el torrente de emociones desbocadas se suaviza.
  • Técnicas de grounding (anclaje): El grounding consiste en reconectar con el aquí y ahora físico para salir de la espiral mental. Si alguien está atrapado en un pensamiento aterrador o se siente “flotar” desconectado de su cuerpo, se le pueden proponer ejercicios como: notar los pies en el suelo (sentir la tierra firme bajo ellos), tocar un objeto familiar (por ejemplo, una piedra lisa, una prenda suave, cualquier textura que resulte reconfortante) y describirlo, o beber agua lentamente sintiendo la frescura bajando por la garganta. Activar los sentidos deliberadamente – escuchar la música que suena, oler aceites esenciales sutiles, mirar una luz tenue o la llama de una vela – son formas de anclar la conciencia en la realidad presente. Un ejercicio clásico es el “5-4-3-2-1”: mencionar 5 cosas que ves, 4 que sientes táctilmente, 3 que oyes, 2 que hueles y 1 que saboreas. Esto obliga a la mente a reenfocarse fuera del torbellino interno. Estos anclajes sensoriales suelen reducir la desorientación y dar a la persona un punto de referencia estable.
  • Contacto visual y apoyo interpersonal: Como se indicó, la presencia calmada de otra persona es en sí un recurso terapéutico. Mantener un contacto visual suave con el viajero – sin invadir, solo mostrando una expresión serena y empática – le recuerda que “no estoy solo, alguien vela por mí”. Muchos psiconautas refieren que con solo ver la cara amable de su guía o amigo, pudieron romper un ciclo de miedo. Si la situación lo permite, el contacto físico reconfortante también ayuda: ofrecer la mano para sostener, colocar una mano en el hombro o espalda en gesto de “aquí estoy”, dar un abrazo si la persona lo busca. Siempre se debe pedir permiso o interpretar bien las señales antes de tocar, ya que en ciertos estados un contacto inesperado podría interpretarse mal. Pero usualmente, un toque humano cálido brinda un sentido de seguridad muy arraigado. El guía puede decir con voz pausada: “Mírame, estás conmigo, estás a salvo”. Establecer y mantener ese vínculo interpersonal actúa como “cordón” que puede sacar a alguien de una espiral interna negativa y reorientarlo hacia la realidad compartida, disminuyendo sentimientos de aislamiento o locura.
  • Técnicas somáticas: Las respuestas del cuerpo son una vía eficaz para procesar y liberar la tensión emocional durante un mal momento. Por ejemplo, al notar que la persona tiene el cuerpo muy tenso o respiración entrecortada, se le puede sugerir suavemente cambiar de postura – si estaba encogido, que intente descruzar brazos y abrir el pecho; si lleva mucho sentado, quizá levantarse y estirar las piernas, o caminar unos pasos junto al guía. Mover el cuerpo (aunque sea de forma simple) permite drenar energía acumulada de la ansiedad. Algunas personas encuentran útil técnicas como sacudir las manos y brazos para simbolizar que sueltan el miedo, o pisar firmemente el suelo para reafirmar la conexión con la tierra. También se utilizan objetos como una almohada para abrazar o apretar contra el pecho, lo cual proporciona contención física y puede calmar sensaciones de vulnerabilidad. En contextos terapéuticos, a veces se invita al participante a realizar un ejercicio de descarga corporal: por ejemplo, tensar todos los músculos durante unos segundos y luego soltarlos con una exhalación larga, repitiendo esto varias veces. Esto puede aliviar la tensión neuro-muscular asociada al pánico. Vocalizar es otra vía somática: animar (si procede) a que la persona emita sonidos, grite en un cojín o cante, puede ayudar a liberar emocionalmente. Lo importante es atender al cuerpo como aliado: “¿Qué necesita tu cuerpo ahora? ¿Quizá moverte un poco, o recostarte en esta manta?”. Satisfacer esas necesidades corporales (beber agua, ir al baño, aflojar ropa) a menudo resuelve parte del malestar psicológico.
  • Reenmarcar la experiencia y rendirse a ella: En plena tormenta emocional, el guía puede recordar a la persona que la experiencia es transitoria y que incluso lo más aterrador pasará. Sin invalidar lo que siente, se le puede ofrecer un reenmarque: por ejemplo, si dice “Siento que voy a morir”, responderle: “Entiendo que sientas eso, puede dar mucho miedo… Recuerda que es la medicina actuando, estás físicamente bien. Tal vez puedas dejar morir ese miedo, como una simbología, sabiendo que tú vas a seguir aquí después de esto” – es decir, invitarle a soltar la resistencia. Este tipo de guía verbal requiere tacto, pero la idea es animar a que no luche contra la experiencia, sino que la atraviese. “No te resistas, estoy a tu lado, deja fluir lo que tenga que venir”. Muchas veces, el pico de terror se convierte en liberación cuando la persona se rinde y llora, o grita, o deja salir aquello reprimido. El acompañante sostiene el espacio para que eso ocurra con seguridad. Aquí aplica el principio de Zendo Project: “Difficult is not the same as bad” – lo difícil puede transformarse en algo significativo si se le da contención y permiso para expresarse. Tras el momento crítico, es común que el viajero experimente un gran alivio o incluso vislumbre de entendimiento (insight) sobre por qué surgió esa dificultad.
  • Buscar ayuda profesional si es necesario: Finalmente, hay que reconocer los límites. Si pese a los intentos de manejo la situación escala a algo inmanejable (p. ej. la persona entra en delirio total, agresividad, o hay síntomas médicos preocupantes), no dudar en acudir a ayuda médica o de seguridad. En un contexto ideal habrá personal de apoyo disponible (como los puestos de primeros auxilios psicodélicos en festivales, tipo Zendo), pero si no, el acompañante debe estar preparado para llamar a emergencias. Afortunadamente, en entornos controlados esto rara vez ocurre. Aún así, tener un plan de contingencia aporta tranquilidad: saber quién llamar, tener números a mano, etc.

En la mayoría de los casos, aplicando estas técnicas, un “mal viaje” puede reconducirse y terminar en una nota positiva. Muchos testimonios cuentan que tras superar el momento de pánico – a veces reviviendo un trauma o enfrentando un miedo profundo – la experiencia entera cobró sentido y resultó en catharsis y sanación. Por ejemplo, Sara Gael del Proyecto Zendo relata que con las correctas intervenciones de apoyo, una experiencia difícil se convierte en una valiosa lección, y la persona suele agradecérlo después. Es importante después de un episodio así hacer un seguimiento: hablar sobre lo ocurrido, integrar las emociones y reconocer la valentía de haberlo afrontado. Así, la próxima vez el viajero tendrá más confianza en que, incluso si viene una oleada difícil, sabe cómo surfearla y cuenta con herramientas (respirar, anclar, pedir ayuda) para hacerlo.

Testimonios reales y evidencia clínica

La creciente investigación científica y los ensayos clínicos recientes nos brindan testimonios y casos reales que ilustran el potencial de las experiencias psicodélicas, tanto sus desafíos como sus beneficios. A continuación se presentan algunas situaciones extraídas de estudios emblemáticos conducidos por organizaciones punteras:

  • Terapia con MDMA para TEPT (MAPS): En los ensayos clínicos fase 3 patrocinados por MAPS (Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies) se ha administrado MDMA junto con psicoterapia a pacientes con Trastorno de Estrés Postraumático severo. Los resultados han sido notables: un 86% de los participantes que recibieron MDMA experimentaron mejoría en sus síntomas de TEPT, comparado con un 71% en el grupo placebo. Estos estudios, realizados con veteranos de guerra y sobrevivientes de trauma, reportan casos como el de una mujer con TEPT refractario que, tras tres sesiones de MDMA, pudo procesar memorias de abuso que antes la atormentaban. Su testimonio indica que la MDMA le permitió afrontar esos recuerdos “con el corazón abierto, sin terror”, logrando por primera vez hablar de ellos en terapia. Muchos pacientes describen cómo bajo MDMA sienten autoempatía y perdón hacia sí mismos, lo que facilita avanzar en su recuperación. Incluso años después del tratamiento, varios siguen sin cumplir criterios de TEPT, mostrando que los efectos pueden ser duraderos. Esto ha llevado a que la FDA de EE.UU. catalogue la MDMA como “terapia innovadora” para el TEPT y se esté evaluando su aprobación, dada la falta de alternativas igualmente efectivas.
  • Estudios con psilocibina en Johns Hopkins: En 2006, la Universidad Johns Hopkins (EE.UU.) reanudó la investigación con psilocibina en voluntarios sanos, y los hallazgos dieron impulso al renacimiento psicodélico. Uno de los resultados más sorprendentes fue que el 67% de los participantes calificaron su sesión de psilocibina como una de las 5 experiencias más significativas de toda su vida. Esto incluye comparaciones con hitos como el nacimiento de un hijo o la muerte de un progenitor, lo que muestra la profundidad del impacto subjetivo. Adicionalmente, en seguimientos posteriores, 64% indicaron mejoras en su bienestar o satisfacción vital atribuibles a la experiencia. En estudios con pacientes, por ejemplo personas con ansiedad y depresión asociada a cáncer terminal, se han obtenido testimonios igualmente impresionantes: un ensayo clínico publicado en 2016 demostró que una sola dosis de psilocibina produjo remisión rápida y sostenida de la depresión en ~80% de los pacientes. Muchos de esos pacientes, enfrentando su mortalidad, narraron visiones de trascendencia que cambiaron su perspectiva. Un paciente describió haber sentido “la presencia de un amor absoluto” y perdió su miedo a morir. Otro dijo: “Fue como si en 6 horas hiciera las paces con toda mi vida”. En un seguimiento casi cinco años después, la mayoría aún refería beneficios notables en su estado de ánimo y significado vital. Los autores destacan que algunos calificaron la sesión como una de las experiencias personal y espiritualmente más significativas de sus vidas. Esto demuestra el inmenso poder transformador que puede tener un viaje psicodélico bien integrado en terapia.
  • Casos de ICEERS con ayahuasca: ICEERS (International Center for Ethnobotanical Education, Research and Service), organización con base en España, ha documentado numerosos casos de uso de ayahuasca en contextos contemporáneos. Un estudio reciente co-dirigido por ICEERS investigó las “experiencias de muerte del ego” en ceremonias de ayahuasca con más de 300 participantes. Encontró que más del 50% de las personas había experimentado una sensación subjetiva de “morir” o disolución completa durante alguna de sus ceremonias. Lejos de tener consecuencias negativas, la mayoría describió esas experiencias como seguras, transformadoras y con impacto positivo a largo plazo: se asociaron a una mayor trascendencia del miedo a la muerte y cambios valiosos en su vida, como mayor aprecio por la naturaleza y la comunidad. Un participante relató: “Morí, vi cómo me disolvía en la luz, y entendí que la conciencia continúa; volví a la vida sin el peso que cargaba”. ICEERS también dirige el Centro de Apoyo El Faro, que ofrece integración psicológica a personas tras experiencias difíciles con plantas psicoactivas. Desde 2013 han atendido más de un millar de casos de usuarios que buscaron ayuda para procesar sus vivencias. Muchos de esos casos son auténticas historias de resiliencia: por ejemplo, un hombre que tras un mal viaje con cannabis sintético desarrolló ansiedad persistente, encontró en las sesiones de integración un espacio para entender su experiencia y superarla sin patologizarla. ICEERS enfatiza la importancia de acompañar sin estigma: muchos de estos usuarios no tenían con quién hablar por miedo a ser tachados de “locos”. Con acompañamiento profesional, la gran mayoría logró recuperar estabilidad y extraer un aprendizaje de lo vivido. Esto refleja que incluso las experiencias más difíciles pueden reconducirse hacia algo constructivo si se brinda el apoyo adecuado.
  • Otros testimonios notables: En foros públicos y medios han surgido testimonios como el de Tony, un veterano de guerra que participó en los estudios de MAPS: “La MDMA me permitió por primera vez recordar a mis amigos caídos sin hundirme en culpa; pude despedirme de ellos con amor, y eso me salvó la vida” – decía al abogar por la aprobación de esta terapia. O el caso de Katherine, una paciente con depresión resistente, participante de un estudio de psilocibina en la Universidad de Nueva York: tras su sesión, describió haber encontrado “una paz interior que no había sentido desde la infancia” y meses después seguía sin síntomas, habiendo retomado pasatiempos que abandonó años atrás. También se han reportado casos clínicos aislados interesantes, como el de un paciente tratado compasivamente con LSD para cefaleas en racimo (terribles dolores de cabeza): no solo sus cefaleas remitieron, sino que narró una experiencia de encuentro “con una entidad paternal” durante el viaje que le dio una sensación de sanación emocional profunda.

Estos testimonios y resultados clínicos humanizan los datos: detrás de los porcentajes hay personas cuya vida ha dado un giro gracias a estas experiencias controladas. Al mismo tiempo, se recogen casos que llaman a la prudencia: por ejemplo, un participante en un estudio de psilocibina para depresión (en el Imperial College) confrontó durante su viaje recuerdos traumáticos en forma de un monstruo asfixiante (una personificación de su padre abusivo); inicialmente tuvo mejoría, pero sin una adecuada integración posteriormente, seis meses después había recaído en la depresión y se sentía confuso sobre el significado de aquella visión. Esto puso de relieve la importancia de la terapia de integración posterior; los investigadores apuntaron que debemos “mantener un espacio agnóstico y de respeto por los mensajes que surgen” sin imponer interpretaciones, pero brindando apoyo para procesarlos. Afortunadamente, tras sesiones de psicoterapia integrativa, este paciente pudo finalmente darle sentido a su experiencia (entendiéndola como una metáfora de su trauma infantil) y obtuvo mejoría duradera.

En suma, los ensayos clínicos de los últimos años, apoyados por entidades como MAPS y centros académicos (Johns Hopkins, NYU, Imperial, etc.), nos ofrecen evidencia de resultados terapéuticos prometedores y una colección de historias reales: desde veteranos superando su TEPT, pacientes de cáncer haciendo las paces con la muerte, hasta personas comunes encontrando propósito y conexión tras experiencias cumbre. Estas historias refuerzan tanto el enorme potencial de las sustancias enteógenas para catalizar cambios positivos, como la necesidad de entornos seguros y acompañamiento profesional para maximizar esos beneficios y manejar los riesgos. La ciencia moderna, alineada con el conocimiento tradicional, sugiere que lo que a veces se vive como “milagroso” en estos testimonios tiene relación con ciertos mecanismos psicológicos – por ejemplo, la experiencia mística intensa parece ser un mediador clave de resultados terapéuticos positivos. Entender y aprovechar esos mecanismos de forma responsable es el desafío de la terapia psicodélica contemporánea.

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